“Si vamos a morir en este mundo apagado… que al menos arda en colores.”

 

Nacidos entre los escombros de las urbes colapsadas, los Neon Nomads no lloraron el fin del mundo. Lo celebraron.
En un paisaje dominado por ruinas y óxido, ellos encendieron luces, subieron el volumen y devolvieron el caos a las autopistas muertas.

Se mueven como caravanas de rave posapocalíptica: motores que rugen como sintetizadores, ruedas que destellan,
pantallas que escupen imágenes de culto y ruido. No siguen reglas ni líneas rectas. Donde aparecen, lo hacen como un glitch fluorescente en la oscuridad.

Sus vehículos son expresiones vivas de su locura: desde motocicletas que brillan como insectos mutantes hasta autobuses-discoteca con lanzallamas ornamentales.
Les importa tanto el espectáculo como la velocidad. Tanto el tuning como la supervivencia.

Algunos los llaman artistas del apocalipsis. Otros, locos suicidas con luces. Pero todos temen el momento en que las colinas lejanas
se encienden de rosa, azul y verde… porque eso solo puede significar una cosa: la fiesta de los Neon Nomads se acerca.

No buscan gobernar. No buscan salvar. Solo quieren correr, brillar y gritarle al fin del mundo que aún quedan llamas por encender.

En su idioma visual: LED o muerte.