Modelar con bisturí, con piel… y con algoritmos

Hace poco empecé a compartir algunos de mis diseños de miniaturas para wargames históricos. Son piezas nacidas de una colaboración curiosa: mi ojo humano y una inteligencia artificial que, con paciencia digital, interpreta mis ideas y las traduce en formas. No son obra de un clic mágico, como algunos creen, sino de una conversación persistente entre creatividad y código. Como esculpir con un cincel invisible.

Y, como era de esperar, los comentarios no tardaron en llegar. Unos críticos. Otros constructivos. Y alguno que otro… difícil de clasificar sin usar emojis.

Por ejemplo, cierto personaje, bastante activo en el “noble” arte de revender modelos ajenos —Con permiso legal o solo el ‘permiso imaginario’ que algunos se conceden cuando creen que un enlace en un foro es un contrato vinculante.— se tomó la molestia de declarar que mis diseños no le interesan. Lo cual tiene la misma trascendencia que si un carterista te dice que tu cartera no le gusta. Me hizo sonreír. Qué paradójico: quien vive del trabajo ajeno despreciando el esfuerzo original, aunque venga mediado por IA.

Ahora bien, entre tanto eco hueco, también llegaron voces que sí importan. Modelistas experimentados, de esos que distinguen a ojo si un casco es de 1942 o 1943, me ofrecieron críticas precisas y valiosas. Me dijeron, sin adornos, que si quiero cobrar por mis diseños, tengo que pulirlos más. Y eso no duele. Enseña. Porque la crítica sincera no pincha: afila.

Y en medio de todo, me ronda una idea que últimamente vuelve como un reloj sin alarma: muchos de nosotros, los que hoy debatimos si un Panzer debería costar un punto más, probablemente en unos años estemos más preocupados por si el bastón combina con los calcetines, o cual es la marca de pañales para adultos que tiene mejor relación calidad-precio. Y no lo digo con cinismo. Lo digo con cierta ternura generacional. Porque este hobby, esta comunidad, esta manía de construir historia en miniatura, es un regalo con fecha de vencimiento.

Por eso: crear. Compartir. Fallar. Repetir. Esa es la secuencia. Y los comentarios, incluso los más absurdos, terminan dejando huella. Unos como señales de advertencia. Otros como empujones necesarios.

En lo personal, no me los tomo mal. Se quedan ahí, como esas cicatrices pequeñas que uno descubre en las manos y recuerda con cariño. “Ah, sí… aquí fue cuando aprendí a hacer las cosas mejor”.

Seguimos modelando. Con bisturí, con piel… y con algoritmos.

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