La Historia, caprichosa y veleidosa como una diva envejecida que olvida a sus amantes más sinceros, ha tenido especial destreza para relegar a las sombras a aquellos que la construyeron sin derecho a figurar en sus retratos. Indigènes, la conmovedora película de Rachid Bouchareb, desentierra una de esas ironías monumentales: miles de soldados africanos luchando por la libertad de una Francia que les negaba el derecho a un tomate en el almuerzo.
El Extraño Patriotismo del Olvidado
En 1943, en medio de la guerra que el mundo recordaría hasta la saciedad, cuatro hombres —Saïd, Messaoud, Yassir y Abdelkader— se alistaron bajo la bandera tricolor. Lo hicieron convencidos de que combatir al nazismo los acercaría a una Francia justa y agradecida. Lo que recibieron fue una lección tan antigua como la propia historia colonial: que no todas las vidas valen lo mismo cuando se cuentan en francés.
Mientras sus camaradas metropolitanos disfrutaban de frutas frescas y permisos, los soldados coloniales eran tratados como un mal necesario. Soldados de segunda, pero cadáveres de primera. Porque a la hora de morir por la République, no había distinción.
De Call of Duty a Causa de Estado
Bouchareb evita el panfleto fácil y construye personajes de carne y hueso, sin que ninguno caiga en la caricatura. Las escenas de combate, por momentos febriles y coreografiadas con la crudeza de un documental de guerra, han sido comparadas con Call of Duty, pero con un matiz menos lúdico: aquí no hay opción de reinicio.
Paradójicamente, fue la ficción la que terminó por reparar una injusticia real. Al estrenarse en 2006, la película no solo se ganó la ovación de Cannes —donde el premio al Mejor Actor fue, con buen criterio, colectivo—, sino que sacudió las conciencias adormecidas de la Francia oficial. Jacques Chirac, en un acto que oscila entre la decencia y la conveniencia política, restableció las pensiones de guerra a los veteranos coloniales tras ver el filme. Así, el cine logró lo que medio siglo de veteranos olvidados y protestas discretas no habían conseguido.
Unos Defectos con Aroma a Panfletario
No obstante, sería injusto no señalar sus grietas. Algunos diálogos se entregan a una pedagogía un tanto obvia, como si Bouchareb temiera que el espectador necesitara subtítulos emocionales para indignarse. Y la banda sonora —tan grandilocuente como esos discursos oficiales que preceden a las traiciones— resulta a veces innecesariamente enfática.
Aun así, es precisamente ese didactismo lo que permite que la historia llegue a quienes prefieren que se la cuenten sin rodeos.
Conclusión: Soldados sin Monumento
Indigènes es, en definitiva, un acto de memoria y una impugnación a esa Historia que escribe sus páginas con tinta selectiva. Es una película necesaria porque los países, como los hombres, solo maduran cuando se atreven a mirar sus heridas sin maquillaje.
Al final, Bouchareb nos recuerda que la libertad, ese concepto tan glorioso como voluble, se parece mucho a esos banquetes a los que algunos son invitados solo para servir la mesa. Y que muchas veces, quienes lucharon por ella no han podido sentarse jamás.
Si la Historia fuese un campo de batalla —y a menudo lo es— Indigènes sería ese disparo que, aunque retardado, por fin da en el blanco.
PS: Gracias a Iñigo por recomendarme esta película!